Y llegó el último día del Tour de Francia
2013. Después de 3 semanas en una edición claramente para escaladores (a
diferencia del año anterior, más propicia para contrarrelojistas), el
pelotón llega hoy a los Campos Elíseos con un podium que
no se ha decidido hasta la última etapa anterior a París. Esto es una
buena noticia porque significa que el Tour ha tenido tensión y
competición hasta el último momento, cosa soñada por los diseñadores del
recorrido y los directores. En contra, la enorme superioridad de un
Chris Froome que, en realidad, venía anunciando desde hace 2 años su
fortaleza tanto en la montaña como contra el crono. Aun así, aunque ya
en los Pirineos puso demasiada tierra de por medio, aumentada luego en
cada etapa de montaña, no se puede achacar a sus perseguidores una
incansable lucha para acosarle y recortarle tiempo.
La verdad
es que es un gustazo ver correr a Froome, por su explosividad, por sus
ataques irresistibles, su agresividad, su sentido del espectáculo,
aunque la última semana ha sufrido algo más y a menudo ataca sin
sentido. En sentido contrario han ido el segundo y el tercero de la
general: Quintana y Purito Rodríguez, en clara evolución de menos a más y
terminando por ser los dos mejores corredores en la última semana, pero
partiendo de una renta demasiado grande como para desbancar a Froome.
Purito ha hecho un Tour inteligentísimo e irreprochable, porque, a pesar
de no empezar muy bien en los Pirineos, se ha ido levantando hasta
encontrar esas fuerzas que le han hecho alcanzar el podium: ejemplo de
no rendirse hasta el final, y corroborar el inmenso ciclista que es a
pesar de sus 34 años. Dosificarse como lo ha hecho a lo largo de 21
días, y saber dar la machada en las etapas finales, está al alcance de
muy pocos. No espero de él una lucha en la general de la Vuelta a España
(finales de agosto) por el cansancio físico que conlleva el Tour, pero
sin duda lo veremos ganar en etapas de rampas explosivas, su
especialidad.
Por otro lado, Nairo Quintana. Para mí, el
hombre del Tour (con permiso de Froome y, si me apuran, de Richie
Porte). El colombiano ha dado toda una exhibición de escalador puro. Un
cuerpecillo curtido en el altiplano de su país, donde para ir a la
escuela debía atravesar no sé cuántos kilómetros por el barro de las
carreteras a no sé cuantos metros de altitud. Algunos ya especulan hoy
en día si podrá ganar un Tour alguna vez...Desde luego, por juventud no
será (23 años), ni tampoco por pundonor y clase, como demostró en la
etapa de Annecy Senmoz, donde aguardó a que Froome se desgastara en su
ataque irracional y a que Purito dijera basta después de imponer un
ritmo altísimo para asegurarse el tercer puesto. El interrogante será su
evolución en el terreno de la contrarreloj, donde su baja estatura no
le permitirá jamás grandes resultados. Pero hay algo más en Quintana que
nos lo convierte en un hombre querido: su humildad, su saber competir,
su complexión de escalador nato, su sentido del equipo, y la
confirmación de que el gran ciclismo colombiano ha resucitado junto a
hombres de la talla de Rigoberto Urán (que ha hecho este año un Giro
excelente) o Carlos Betancour...
En la otra cara de la moneda
(de la carrera), nuestros Alberto Contador y Alejandro Valverde. Pero
las sensaciones con cada uno, a pesar del resultado final, son bien
distintas. Al murciano no se le puede reprochar nada; con una primera
semana de Tour a un nivel sensacional y un segundo puesto en la general
muy consolidado, otra vez le asaltó la mala suerte en un día de averías
mecánicas y abanicos en el llano que le hicieron despedirse de cualquier
opción. Pero no acabó ahí su nivel de excelencia: antes de despedirse
de la competición, cambió honestamente los roles de su equipo, un
Movistar que se ha erigido en el mejor conjunto con diferencia de esta
edición centenaria, pasando él a un segundo plano para ayudar en lo
posible a que su compañero Quintana pudiera llegar a lo más alto. Y así
fue. Valverde siguió estando sólido en la montaña, atacó cuando debía,
aguantó cuando no le quedaba más remedio, se dosificó en los ataques
fugaces de los mejores para alcanzarlos a su ritmo, y dirigió al equipo
en las persecuciones y en el control de la carrera. Una lección de
liderazgo y de readaptación que lo confirman como un corredor
excepcional, que se lleva del Tour unas sensaciones parecidas a las de
Purito: no le esperamos para ganar la Vuelta, pero sí para exhibirse en
alguna etapa propia para su perfil de velocidad punta en los metros
finales.
Contador se lleva otra historia para casa. Como siempre, lo
ha dado todo encima de la bici, ha atacado siempre que se ha visto con
buenas piernas, y ha intentado en todos los terrenos amenazar al equipo
del líder: en el llano con el día del viento; en la montaña con algunos
ataques realmente duros aunque nunca efectivos (por la infinita
fortaleza de Froome), y en las bajadas provocando más de un incidente. A
quitarse el sombrero con su actitud; pero cuando no hay fuerzas, el
ciclista al final se va viendo relegado por los que llegan más frescos.
Lo cierto es que Contador este año no tenía por qué llegar tan justo; ha
tenido una primavera corriente en cuanto a preparación del Tour, y ya
en la Dauphiné Liberé se le vio claramente inferior a Froome. De todas
formas, estos síntomas de flaqueza ya se le vieron en la Vuelta España
2012, donde, a pesar de ganarla, el mejor ciclista en el global y
merecedor, por tanto, de la ronda, fue Purito. Pero esa es otra
historia. El caso es que Contador ha entrado ya en la treintena, y no se
le ve con esa abrumadora seguridad en las escaladas que se le veía hace
4 o 5 años. Sumado a que no tiene un equipo realmente fuerte como sí lo
tiene Froome (exceptuando al sacrificado Kreuziger, un ciclista que
cualquier querría tener entre sus filas) y al caso del dopaje que hace
ahora dos años tanto le ha afectado psicológicamente, resulta un
Contador que plantea la incógnita de si volverá a ser el ciclista
todoterreno y controlador o si, por el contrario, pasa a una nueva fase
en su carrera en que los objetivos se van viendo modificados.
En cuanto a la actuación de los equipos y los corredores españoles, creo que podemos estar muy orgullosos en diversos aspectos, pero lo esencial es que, a pesar de no contar con ninguna victoria de etapa (cosa poco corriente en los últimos años), la actuación española ha tenido gran protagonismo durante toda la carrera, tanto en etapas como en la lucha final por la general. Como decía más arriba, lo del Movistar este año ha sido irrepetible, un equipo estupendo, solidario, con varias bazas que jugar, con peso dentro del pelotón y con cosas que decir en todos los terrenos. El botín no es escaso: un segundo puesto en la general, el maillot de la montaña, el maillot de los corredores jóvenes, dos victorias de etapa de un ciclista formidable como es Rui Costa, y otro corredor, Valverde, que, aunque se retrasase mucho con aquel fatídico día teniendo muy de cara el podium, ha conseguido meterse entre los diez primeros. Evidentemente, el Movistar ha completado una ronda inolvidable en el aspecto colectivo y confirma su posición de uno de los mejores conjuntos del mundo. Por lo que respecta al Euskaltel, no se le puede achacar nada debido a su incansable pelea por las fugas y las etapas de montaña, siguiendo esa línea que le caracteriza desde hace años de un equipo combativo y con corredores nunca conformistas, que podrán tener mayor o menor acierto. En lo individual, hemos visto a un Igor Antón con ganas pero al que aún falta una verdadera consistencia de largos recorridos, porque son ya muchas las jornadas en que termina por desinflarse, sin terminar nunca de explotar. Veremos qué papel puede jugar en la Vuelta a España. Y, por otro lado, el ilusioinante Mikel Nieve, un corredor diésel, gran escalador, que ha rozado en varias etapas el poder estar disputándolas en los metros finales, que ha estado en la brecha para el maillot de la montaña, pero al que le ha faltado esa reserva extra de energía que pueda auparle hacia una victoria de etapa. Aun así, un corredor de futuro y con grandes cosas que decir aún en las pruebas de alto nivel. Por lo demás, hemos visto a un Dani Navarro en clara progresión, pudiéndose meter en el top10 de la general, aunque sin un verdadero escudero que le pueda ayudar a aspirar a algo más.
Por lo demás, la edición número 100 del Tour de Francia, verdaderamente
histórica, nos ha dejado un nivel sobresaliente. Queda mi eterna crítica
a los recorridos, en los que el inmovilismo de los directores impide
que haya más espectacularidad si cabe desde la primera semana, cosa que
sí se ha conseguido en la Vuelta y, cada vez más, en el Giro. Creo que
hay demasiadas concensiones a los sprinters, con etapas llanas que
podrían ser reducidas en favor de etapas más explosivas, con
bonificaciones en meta, para otro perfil de ciclistas y para una mayor
lucha de las escapadas. A pesar de eso, nos llevamos un Tour con una
preciosa contrarreloj en Mont St.Michel, una cronoescalada intensa
previa a los Alpes, nuevos recitales de velocidad protagonizados por
Cavendish, Sagan, Kittel o Greipel en los sprints; un Tour pleno de
emoción en la montaña gracias a esa irracionalidad de Chris Froome,
mucho más voraz y desenfrenado que su antecesor Wiggins (hombre prudente
y conservador), que, independientemente del tiempo que ha sacado a sus
rivales, ha propiciado una lucha sin cuartel en cada ascensión, y que ha
dejado para la posteridad una peculiar forma de atacar en el terreno
escarpado: sentado y con una cadencia de locos. Toca despedirse de la
ronda gala, con los ojos ya puestos en la siguiente gran cita, esa
Vuelta España cada año más bonita y excitante que tantos buenos momentos
nos está dejando y que, sin duda, seguirá dando.
Au revoir!