Una saga única e inolvidable.
Hoy, queriendo ser fiel a mi premisa para con el blog de querer escribir un poco de todo (aunque tarde o temprano me agotaré o simplemente me quedaré sin tener más cosas que contar y entonces sólo me restará hablar de cine) le daré vueltas a las novelas de Patrick O´Brian, concretamente a las de la denominada serie “Aubrey y Maturin: Novelas de la Armada inglesa”, que consta de 20 volúmenes.
He de decir que O´Brian le dedicó su tiempo a otros tipos de literatura, que algunos se pueden pensar que con 20 novelas ya tienes tarea para toda tu perra existencia, pero no, el tío también cultivó la novela histórica con otras épocas y temáticas, y el género de la biografía, sobre personajes, por cierto, tan dispares como sir Joseph Banks o mi medio paisano Pablo Picasso.
Me gustaría estar horas hablando (en este caso escribiendo) sobre este escritor, sobre sus obras, sobre las sensaciones que en mí se producen al leerlo, sobre las reflexiones a las que da pie, sobre las ideas que él introduce por medio de sus personajes, sobre el mundo que nos retrata (¿o son varios mundos en uno?), y sobre mil cosas más, pero claro, lo último que quiero es aburrir a los cuatro gatos que se metan en este antro para leer ésto, así que divagaré sin ton ni son y comentaré, conforme vaya pasando el rato, algunos de los rasgos y aspectos más notables del autor británico. Y que nadie venga ahora corrigiéndome con que era irlandés, pues lo parieron en Inglaterra, otra cosa es que amase Irlanda y en ella muriese. Pero para eso ya saben, wikipedia que te crió y a echarle un vistazo a su biografía.
O´Brian es, a mi juicio, un magnífico, un grandioso escritor. Por ser un narrador de la hostia, por ahondar en los personajes de forma brillantísima, por documentarse como nadie, por retratar una época y unos lugares de modo tan exacto como singular y atrayente, por los maravillosos diálogos (unas veces divertidos, otras veces inquietantes, otras cotidianos y realistas, otras entretenidos y didácticos, algunas para soltar una carcajada), por hacernos soñar con excepcionales sucesos y embarcarnos (nunca mejor dicho) en decenas de batallas, viajes, naufragios, conspiraciones, escaramuzas, persecuciones y traiciones; por amenizarnos las horas de lectura con interesantísimos y atractivos argumentos cuyas tramas adquieren cotas insuperables de intensidad, misterio, acción, suspense, comedia, violencia, drama, amores y desamores; por regalarnos un fabuloso fresco histórico para aprender todos y cada uno de los detalles de la vida del principios del XIX en todos los aspectos, ya sean sociales, políticos, militares, navales, etc...
Nadie como O´Brian para mostrarnos de forma fiel y realista el día a día en cualquier sitio, ya sea en el Londres decimonónico, ya sea en los apestosos muelles de Bombay o las intrigantes calles de La Valletta; ya sea un barco de Su Majestad el Rey Jorge de Inglaterra, para mostrarnos cómo los marinos tienen su mundo aparte cuando están en la mar, sus reglas, sus costumbres (inamovibles y sagradas para ellos) sus hábitos regidos por los cambios de guardia, regidos a su vez por las suaves y puntuales campanadas, que son para ellos como el tic-tac de los relojes que usamos nosotros, los de tierra adentro. En los navíos, el tiempo parece transcurrir de otra manera, ni más lento ni más rápido, porque la monotonía que reina en cualquier navío modifica la noción el tiempo de los hombres. Pero no es una rutina aburrida para ellos, porque siempre tienen algo que hacer, siempre hay trabajo constante.
La mayoría de marineros, y muchos que no son auténticos marinos, sólo se sienten cómodos cuando están en la mar, es su mundo cerrado, en el que están seguros (relativamente, porque siempre puede aparecer una fragata francesa de 74 cañones de 24 libras y mandarte al fondo del mar, o que venga una tempestad del diablo y enviarte a las antípodas como a un insecto) sólo ahí encuentran sentido a sus vidas, mientras que en tierra a menudo son pendencieros, libertinos, ingenuos, vulnerables; en la mar, sin embargo, están en una especie de paz consigo mismos y con la comunidad de la que forman parte, guiados siempre por esa monotonía, la de pegarse un madrugón del copón para limpiar la cubierta con lampazos, sacarle brillo a todo, bajar a desayunar, subir a la jarcia para hacer maniobras, desplegar velas, cazar escotas, cambiar la orientación de las vergas, cambiar el turno de guardias, oír el tambor que toca un infante de marina para llamar a almorzar carne de vaca salada con guisantes, galletas de barco y un poco de grog (ron aguado), luego seguir subiendo a la jarcia para quitar o aumentar velamen, hacer prácticas con los cañones, formar para el pase de revista mientras el primer oficial informa: “Todos limpios, sobrios y afeitados”, cenar, tocar un poco de música mientras cantan y bailan, acostarse, y unas cuantas horas después volver a empezar ese ciclo de labores y tareas propias de un marinero de primera.
¿Cómo es posible que, alrededor de algo tan aparentemente aburrido y repetitivo, O´Brian haya construido un armazón tan bien ensamblado y que, no sólo no aburra, sino que te enganche y te haga pensar, meditar, reflexionar...?
Pensar, meditar, reflexionar...también a eso se dedican los tripulantes y ocupantes de un barco, y el autor nos acerca siempre esas inquietudes, tan humanas y corrientes como los posibles conflictos, disputas y tensiones dentro de ese mundo cerrado y estricto de hombres rudos, supersticiosos, valientes; sencillos la mayoría, arrogantes y vanidosos algunos, patriotas todos.
Y, entre la rutina de los quehaceres diarios, aventuras y más aventuras; y batallas, persecuciones, intrigas de Estado y amenazantes espías bonapartistas; y piratas turcos y malayos, y potentes navíos españoles, y escaramuzas por mar y tierra, y amores y parrandas en cada puerto y ciudad, y duelos entre caballeros ingleses, y horas y horas tocando piezas de Bocherini o Bach en la gran cabina, y mucha ornitología, y viajes y descubrimientos científicos en selvas, desiertos, costas e islas sin un solo humano.
No sé si soy, de entre los lectores de la saga, el único que ve, en el universo de O´Brian, muchísimos rasgos del mundo fordiano. El grupo de hombres que ha de superar un conjunto de dificultades durante la historia que se narre, la unión, complicidad y camaradería que se forja entre ellos, la familia que para ellos constituye la tripulación, tanto como para el más inocente guardiamarina como para el más experimentado oficial; el humor y las escenas cómicas; la poética presencia siempre del paisaje, de la costa, de la campiña, de la montaña, del interminable e inabarcable océano; la capacidad para convertir en entrañables decenas de pasajes por su cotidianeidad y dotarlos a un tiempo casi de altura épica; la descripción clara y rica de la personalidad acentuada de los hombres sencillos y humildes, contrapuesta a los caracteres de los capitanes de alta sociedad, grandilocuentes y presuntuosos,o a hombres de tierra adentro viles e interesados, y nunca sin perder en tal empresa ni un ápice de la profundísima humanidad que rezuman las obras de ambos artistas irlandeses; conceptos, temas y obsesiones siempre presentes, latentes hasta casi sernos familiares y diarios, como la lealtad, la amistad, la épica de las pequeñas acciones, el honor, el respeto, el amor a la patria, la lucha desinteresada, el deber por encima de todo...
Todos son rasgos constantes en el universo de John Ford, uno de los más geniales artistas del siglo XX, que quiso hablarnos siempre de esas mismas preocupaciones. Seguro que algún día le dedicaré un rato también a Ford, pero, como ejemplo de lo que decía más arriba, en el cine fordiano, los soldados de la caballería de los Estados Unidos encuentran en la milicia un cobijo, una familia fiel, noble y amistosa; los soldados y sus mujeres, cuya casa es el fuerte de frontera que podamos ver, por ejemplo, en “La legión invencible”, forman un grupo compacto en el que la unidad de la institución familiar (como hogar en el que el hombre siempre se podrá sentir amado y protegido) constituye un eje principal. En las novelas de O´Brian, ese hogar en el que los soldados, en su caso marineros, encuentran cobijo y protección es el barco, sea cual sea, y la familia la forman entre todos, solidarios unos con otros, desde el contramaestre al carpintero, pasando por el cirujano o el condestable, compañeros de batallas, de juergas y penalidades.
Ambos artistas, por si fuera poco, siempre han apostado primordialmente por un deseo irrevocable: contar historias, contar historias humanas de forma sencilla para divertir y hacer pensar al espectador o lector. Eso, por encima de todo.
Además, en ambos mundos que pongo de relieve y comparo, siempre está latente el costumbrismo y el sentimiento irlandés, el amor que, tanto Ford como O´Brian, le tuvieron a la vieja Irlanda.
Porque, si algo distingue a los grandes y verdaderos artistas, es la posesión privilegiada y casi sagrada de un mundo, un universo propio, inimitable e instransferible.
Alguien, cualquier día, me llamará loco por esto que digo, pero, sinceramente, veo y siento muchas cosas, muchos conceptos tanto en la literatura de Patrick O´Brian como en el cine de John Ford.
Otro día, quizás, hable de la película que Peter Weir rodó en 2003, esa joya ignorada por muchos, despreciada por algunos, admirada por unos pocos.
Saludos, y si alguien quiere probar a leer alguna de las novelas, que me lo diga que yo se la dejo, no recomiendo empezar por la primera porque realmente da lo mismo, aunque si se empieza por la primera, mejor.