Seré sincero. Cuando leí
por primera vez la sinopsis de "Sons of Anarchy", yo no
daba un duro por una serie de moteros criminales. Ya saben:
prejuicios e ignorancia. Adquirí, no obstante, la primera temporada
por una oferta irrechazable que encontré. Menuda bendición, pensé
días más tarde. "Sons of Anarchy" resultaba ser una serie
espléndida, sorprendente, intensa, bien hecha y mejor contada. Eso,
a primera vista. Sin embargo, al terminar las cinco temporadas, me
temo que la mera opinión debe ampliarse hacia el análisis detenido
y la reflexión.
La FOX se arriesgaba
considerablemente en esta apuesta: construir un drama sobre unos
moteros de hoy en día que funcionaban como una auténtica banda
mafiosa en California no parecía tener ningún precedente. Empero,
bastarían pocos capítulos para comprobar que "Sons of Anarchy"
puede fácilmente ser heredera de "Los Soprano", "El
Padrino", "Godfellas" y otras grandes historias sobre
los gángsters de América. El planteamiento de Kurt Sutter (Dios lo
bendiga) pronto me pareció fascinante: el club motero SAMCRO era
algo más que unos cuantos nostálgicos amantes de las harleys: la
institución funciona como la verdadera rectora de la vida diaria de
Charming, la localidad californiana que está bajo la influencia,
protección y extorsión de los Sons. Nada sucede en Charming sin su
consentimiento; la policía está en nómina; los negocios deben
tener el beneplácito; los alcaldes son "amigos"; ninguna
banda foránea puede traficar con drogas. La sede del SAMCRO reside
en un taller de reparaciones mecánicas, "Teller´s & Morrow". No se echen a reír tan pronto. La tapadera esconde una
provechosa fuente de ingresos: el tráfico de armas, compradas al IRA
Auténtico y vendidas al resto de organizaciones criminales de la
Costa Oeste: mejicanos (Mayans y cárteles como el de Galindo),
negros (Niners, Bastards), rusos, italianos, neonazis, etc. Charming
mira para otro lado; apenas hay delincuencia. Sus calles están en
paz. No saben a qué precio. Los Sons nunca dudan en recurrir a la
pólvora cuando se trata de sus negocios y su seguridad. Sus miembros
son hombres violentos, crueles, impulsivos, ambiciosos y, en más de
una ocasión, despiadados.
Llegados a este punto, es
cuando podemos comenzar a entrever la grandeza de esta serie. Porque,
tras este desolador panorama, la historia se detiene en describirte
el día a día dentro del club. Sus costumbres, sus jerarquías, sus
normas, la amistad de hierro que une a sus miembros, sus concepciones
sobre el respeto, el honor, la tradición, la lealtad, el valor, la
camaradería y la solidaridad. Los Hijos de la Anarquía constituyen
una verdadera familia, como aquellos Corleone de New York o aquellos
Soprano de New Jersey: el club protege por encima de todo a los que
buscan refugio en él. Esposas, hijos, amantes, parientes, amigos:
todos tienen cabida en SAMCRO, que velará por sus intereses frente a
las amenazas exteriores y frente a los vacíos de un Estado
imperfecto que se ramifica en cientos de pequeños Estados por cada
una de las ciudades norteamericanas. Porque el crimen organizado no
sólo es contrabando, chantaje, clientelas y control político: es
también la asociación de una serie de grupos humanos para
protegerse ante un Estado que no los respalda en determinados
momentos. Mario Puzo y Coppola ya se encargaron de contárnoslo hace
cuarenta años.
Kurt Sutter quiso, bajo
estos presupuestos, hablarnos de cuestiones universales: de las luces
y las sombras de los seres humanos; de cómo sobreponerse a las
dificultades y las consecuencias que esto puede tener en la
configuración de las mentalidades; de cómo amar por encima de todo,
aunque ello te cueste el pellejo; de la redención que todo hombre
llega a buscar en una vida llena de errores; de la degradación moral
a la que te conducen la venganza y la violencia; de cómo el poder
corrompe a quien ostenta un mazo y una silla que preside una mesa; de
cómo un país se erige a base de infinitos sucesos anónimos que no
pasan a la Historia y que a menudo son infames; de cómo se
establecen los lazos de unión entre hombres que comparten
determinadas señas de identidad; de la decadencia, en fin, de todos
los seres humanos, que ven cómo su tiempo se acaba. Y, dominándolo
todo, se cierne constantemente la sombra de los grandes clásicos:
Edipo y Hamlet, encarnados en un Jax Teller cuyo padre, que presidía
el club, murió en extrañas circunstancias, tras lo cual vino el
liderazgo de Clay Morrow y el amor entre éste y la madre de Jax,
Gemma. Como ven, el choque está servido.
"Sons of Anarchy"
nos ofrece un sólido y altísimo nivel de continuidad durante sus
cinco temporadas, con un culmen incuestionable que recae en la
tercera. El taller, el hospital (y su capilla), la comisaría, la
cárcel de Stockton, los desoladores paisajes urbanos, la poética de
la carretera: son lugares comunes donde se gestan los caminos que va
tomando la historia. Todas las temporadas contienen innumerables
momentos de gran emoción (a quién no le impactó aquella escena en
la estación de Belfast, cuando Jax observa a los padres de Abel,
rodado con una inspiradísima cámara lenta); pasajes llenos de
adrenalina entre tiroteos y persecuciones; tramas muy bien trenzadas,
en la mejor línea de las grandes series norteamericanas, que nos
mantendrán en vilo gracias a finales de episodios muy abiertos;
escenas llenas de tensión; diálogos sensacionales que sólo se
pueden apreciar en versión original (presten especial atención a
los encuentros posteriores a cada reunión de los moteros en la sede,
cuando el presidente se queda a solas con algún miembro);
situaciones plagadas de un humor negro desternillante (ese peculiar
personaje de Chucky, o los devaneos necrófilos de Tig); secuencias
memorables que brillan generalmente por la conjunción entre un
perfecto uso de la música (qué inolvidables temas de rock) y un
calculado trabajo técnico, donde montaje y movimientos de cámara
son manejados con sabiduría para narrar momentos paralelos en muchos
finales de capítulo.
Varios personajes
permanecerán por siempre en mis retinas. El viejo y enfermo policía
Unser me hace recordar a los perfiles más trágicos y crepusculares
de todo el cine americano; su ironía, su bondad, su decisión de
colaborar con los Hijos como mal menor para Charming, su experiencia,
su destino ya marcado por el cáncer, y su amor por Gemma, siempre
escondido y silencioso. El inquietante, brutal y oscuro Otto Delaney,
maltratado por la vida una y otra vez, criminal sin escrúpulos
aunque romántico (inigualable aquella escena con Tara, recordando a
su amada Luann), mil veces mutilado y capaz de los más horrendos
actos con tal de proteger al club desde la cárcel (curiosamente,
este personaje lo encarna el propio Kurt Sutter en apariciones tan
provechosas como contadas con los dedos de la mano). El grandullón
y gastado Piney, uno de los nueve fundadores del club, siempre
lacónico y serio, que acude al alcohol como recurso por una
existencia llena de pérdidas dramáticas y decepciones: es el
vestigio de una época pasada, el observador a través de los años
de la evolución del club, la voz autorizada y no siempre sensata
para aconsejar en los asuntos de la institución. El carismático
Clay Morrow (quizás el personaje que más evolución psicológica
experimenta junto con Jax y Tara, interpretado por un inconmensurable
Ron Perlman que se doctora en la quinta temporada) es presidente del
SAMCRO, frío y calculador, muy contenido y bonachón en un primer
momento hasta que, con el paso de los episodios, se tornará en
hombre diabólico y desalmado, movido sólo por la codicia y el ansia
de jefatura, siempre condicionado por su amor hacia Gemma; Clay es el
eslabón clave en el negocio de las armas y un conocedor de todos los
entresijos posibles para bregar con las bandas criminales de
California. Gemma Teller, manipuladora y astuta, se convierte en una
de las grandes bazas de la serie por méritos propios (Katey Sagal lo
borda). Aunque no goza de mi atracción por los personajes antes
descritos, posee una fuerza y una profundidad absolutamente
incuestionables, y continuamente se erige en motor y epicentro de la
historia.
Otros grandes secundarios
son sin duda el siniestro mexicano Romeo (interpretado por un
sorprendente Danni Trejo), el mafioso Jimmi O´Phelan, el irlandés
MacGee, su compañera Maureen Ashby, el todopoderoso gángster Damon
Pope o el incorruptible policía Hale (con el que los guionistas
cometieron quizás el mayor error de toda la serie).
Desentrañar la tercera
temporada, ambientada en su mayor parte en Irlanda, podría
perfectamente ser motivo de una reseña, un artículo o incluso un
estudio aparte. Yo tan sólo me limitaré a esbozar algunas pinceladas. En el
ecuador de la serie, el guión presenta sus mayores conquistas, con
un suspense sólo al alcance de los grandes maestros, sumado a unos
personajes magistralmente escritos y entrelazados de manera precisa a
una trama que, por lo demás, aparece como admirable mezcla de
acción, intriga y tragedia sirviéndose de un complejo conflicto de
intereses y sombras del pasado. Los Hijos se tendrán que trasladar a
Irlanda y allí se verán atrapados por un torbellino de
acontecimientos, entre los que descubrirán antiguos secretos y verán
su propia supervivencia en el filo de una navaja. Su regreso a
California estará coronado por un final absolutamente antológico,
que hace de la tercera temporada la mejor de toda la serie. Dos
personajes para el recuerdo: la agente Stahl, perversa y astuta hasta
provocar la repulsa irracional del espectador, y el sacerdote Kellan
Ashby, consejero del IRA, pastor del devoto rebaño católico de
Belfast y patriota convencido, magníficamente interpretado por un
James Cosmo misterioso, sobrio y maquiavélico, que hallará
redención en el mayor de los sacrificios. Nadie se olvide del
opening de esta tercera temporada, impregnado del toque gaélico con
los ecos de la música irlandesa.
“Sons of Anarchy”
quiere reflexionar, el última instancia, sobre dos cuestiones
capitales excepcionalmente conjugadas en la serie: lo irreversible
del destino y la dialéctica entre el bien y el mal. Hace años, unos
jóvenes con ansias de libertad se embarcaron en la realización de
un viejo sueño: una agrupación al margen del Estado, una
institución anárquica (alejada del poder) que les respaldase y que
conformase sus señas de identidad; una familia que les ofreciera
protección mutua dentro de un país que les había enviado a una
guerra estúpida y especialmente sangrienta. Estos hombres quisieron
apartarse de los males y miserias que acechan a nuestra raza desde
que se pierde la memoria. Pero todo se degrada. Los Sons cada vez más
fueron demostrando cómo la corrupción, la ambición, la violencia y
el ansia de poder son innatos al ser humano. El viejo sueño de John
Teller y sus ocho camaradas fundadores pronto se hizo añicos, y éste
terminó siendo destruido por la traición y la codicia.
Ahora, veinte años
después, Jax observa cómo los derroteros de sangre, crueldad y
peligros no hacen más que acechar a la gran familia que es el
SAMCRO, cuya misma trayectoria le ha llevado a vivir al límite
diariamente. Jax intentará abandonar la ilegalidad, volver a la
concordia, que sus hijos no vean en un club de moteros a una banda de
criminales y asesinos.
Pero Jax no hará más
que repetir los pasos de su padre; verse continuamente arrastrado por
la vorágine de acontecimientos, de ira, odio y negocios sucios que
Clay Morrow pretende perpetuar. Ahí llegará el estallido, pues el
joven Teller pasará por una evolución paultaina que se acentúa
definitivamente en la quinta temporada, cuando veremos a un Jax
convertido en presidente. Este cargo le hará ver las cosas de otra
manera y a modificar su forma de actuar, pues la crueldad y el rencor
le llevarán por caminos insospechadamente diabólicos, como se
demuestra en su intento de anular a Wendy o en las numerosas
venganzas y ejecuciones. Ese reverso oscuro tendrá su contrapunto en
un Jax cada vez más líder, sabio y con gran sentido político,
capaz de llevar la pesada carga que supone dirigir y proteger al club
hasta el punto de mantener el delicado equilibrio entre las potencias
que atenazan al SAMCRO: el cártel mexicano, el IRA, las amenazas
internas, y el influyente Pope. Sin embargo, Jax ya habrá visto de
primera mano cómo, por mucho que se empeñe, siempre estará
atrapado en la propia dinámica autodestructiva de los Hijos de la
Anarquía.
Pues, al fin y al cabo,
esa es la gran enseñanza de esta serie: el hombre está predestinado
a vivir y cometer los mismos errores que condenan a su raza. Tenemos
una existencia ligada a sucumbir ante los males que acechan a toda
sociedad humana. ¿Es posible escapar de esta condición? ¿Puede un
hombre modificar la estructura de una agrupación (su tendencia y su
degeneración) cuando es él mismo el que tropieza una y otra vez en
los obstáculos que nos convierten en lobos? Ahí puede residir la
grave complejidad de "Sons of Anarchy".