jueves, 4 de abril de 2013

El sueño de la libertad


Seré sincero. Cuando leí por primera vez la sinopsis de "Sons of Anarchy", yo no daba un duro por una serie de moteros criminales. Ya saben: prejuicios e ignorancia. Adquirí, no obstante, la primera temporada por una oferta irrechazable que encontré. Menuda bendición, pensé días más tarde. "Sons of Anarchy" resultaba ser una serie espléndida, sorprendente, intensa, bien hecha y mejor contada. Eso, a primera vista. Sin embargo, al terminar las cinco temporadas, me temo que la mera opinión debe ampliarse hacia el análisis detenido y la reflexión.

La FOX se arriesgaba considerablemente en esta apuesta: construir un drama sobre unos moteros de hoy en día que funcionaban como una auténtica banda mafiosa en California no parecía tener ningún precedente. Empero, bastarían pocos capítulos para comprobar que "Sons of Anarchy" puede fácilmente ser heredera de "Los Soprano", "El Padrino", "Godfellas" y otras grandes historias sobre los gángsters de América. El planteamiento de Kurt Sutter (Dios lo bendiga) pronto me pareció fascinante: el club motero SAMCRO era algo más que unos cuantos nostálgicos amantes de las harleys: la institución funciona como la verdadera rectora de la vida diaria de Charming, la localidad californiana que está bajo la influencia, protección y extorsión de los Sons. Nada sucede en Charming sin su consentimiento; la policía está en nómina; los negocios deben tener el beneplácito; los alcaldes son "amigos"; ninguna banda foránea puede traficar con drogas. La sede del SAMCRO reside en un taller de reparaciones mecánicas, "Teller´s & Morrow". No se echen a reír tan pronto. La tapadera esconde una provechosa fuente de ingresos: el tráfico de armas, compradas al IRA Auténtico y vendidas al resto de organizaciones criminales de la Costa Oeste: mejicanos (Mayans y cárteles como el de Galindo), negros (Niners, Bastards), rusos, italianos, neonazis, etc. Charming mira para otro lado; apenas hay delincuencia. Sus calles están en paz. No saben a qué precio. Los Sons nunca dudan en recurrir a la pólvora cuando se trata de sus negocios y su seguridad. Sus miembros son hombres violentos, crueles, impulsivos, ambiciosos y, en más de una ocasión, despiadados.



Llegados a este punto, es cuando podemos comenzar a entrever la grandeza de esta serie. Porque, tras este desolador panorama, la historia se detiene en describirte el día a día dentro del club. Sus costumbres, sus jerarquías, sus normas, la amistad de hierro que une a sus miembros, sus concepciones sobre el respeto, el honor, la tradición, la lealtad, el valor, la camaradería y la solidaridad. Los Hijos de la Anarquía constituyen una verdadera familia, como aquellos Corleone de New York o aquellos Soprano de New Jersey: el club protege por encima de todo a los que buscan refugio en él. Esposas, hijos, amantes, parientes, amigos: todos tienen cabida en SAMCRO, que velará por sus intereses frente a las amenazas exteriores y frente a los vacíos de un Estado imperfecto que se ramifica en cientos de pequeños Estados por cada una de las ciudades norteamericanas. Porque el crimen organizado no sólo es contrabando, chantaje, clientelas y control político: es también la asociación de una serie de grupos humanos para protegerse ante un Estado que no los respalda en determinados momentos. Mario Puzo y Coppola ya se encargaron de contárnoslo hace cuarenta años.

Kurt Sutter quiso, bajo estos presupuestos, hablarnos de cuestiones universales: de las luces y las sombras de los seres humanos; de cómo sobreponerse a las dificultades y las consecuencias que esto puede tener en la configuración de las mentalidades; de cómo amar por encima de todo, aunque ello te cueste el pellejo; de la redención que todo hombre llega a buscar en una vida llena de errores; de la degradación moral a la que te conducen la venganza y la violencia; de cómo el poder corrompe a quien ostenta un mazo y una silla que preside una mesa; de cómo un país se erige a base de infinitos sucesos anónimos que no pasan a la Historia y que a menudo son infames; de cómo se establecen los lazos de unión entre hombres que comparten determinadas señas de identidad; de la decadencia, en fin, de todos los seres humanos, que ven cómo su tiempo se acaba. Y, dominándolo todo, se cierne constantemente la sombra de los grandes clásicos: Edipo y Hamlet, encarnados en un Jax Teller cuyo padre, que presidía el club, murió en extrañas circunstancias, tras lo cual vino el liderazgo de Clay Morrow y el amor entre éste y la madre de Jax, Gemma. Como ven, el choque está servido.



"Sons of Anarchy" nos ofrece un sólido y altísimo nivel de continuidad durante sus cinco temporadas, con un culmen incuestionable que recae en la tercera. El taller, el hospital (y su capilla), la comisaría, la cárcel de Stockton, los desoladores paisajes urbanos, la poética de la carretera: son lugares comunes donde se gestan los caminos que va tomando la historia. Todas las temporadas contienen innumerables momentos de gran emoción (a quién no le impactó aquella escena en la estación de Belfast, cuando Jax observa a los padres de Abel, rodado con una inspiradísima cámara lenta); pasajes llenos de adrenalina entre tiroteos y persecuciones; tramas muy bien trenzadas, en la mejor línea de las grandes series norteamericanas, que nos mantendrán en vilo gracias a finales de episodios muy abiertos; escenas llenas de tensión; diálogos sensacionales que sólo se pueden apreciar en versión original (presten especial atención a los encuentros posteriores a cada reunión de los moteros en la sede, cuando el presidente se queda a solas con algún miembro); situaciones plagadas de un humor negro desternillante (ese peculiar personaje de Chucky, o los devaneos necrófilos de Tig); secuencias memorables que brillan generalmente por la conjunción entre un perfecto uso de la música (qué inolvidables temas de rock) y un calculado trabajo técnico, donde montaje y movimientos de cámara son manejados con sabiduría para narrar momentos paralelos en muchos finales de capítulo.

Varios personajes permanecerán por siempre en mis retinas. El viejo y enfermo policía Unser me hace recordar a los perfiles más trágicos y crepusculares de todo el cine americano; su ironía, su bondad, su decisión de colaborar con los Hijos como mal menor para Charming, su experiencia, su destino ya marcado por el cáncer, y su amor por Gemma, siempre escondido y silencioso. El inquietante, brutal y oscuro Otto Delaney, maltratado por la vida una y otra vez, criminal sin escrúpulos aunque romántico (inigualable aquella escena con Tara, recordando a su amada Luann), mil veces mutilado y capaz de los más horrendos actos con tal de proteger al club desde la cárcel (curiosamente, este personaje lo encarna el propio Kurt Sutter en apariciones tan provechosas como contadas con los dedos de la mano). El grandullón y gastado Piney, uno de los nueve fundadores del club, siempre lacónico y serio, que acude al alcohol como recurso por una existencia llena de pérdidas dramáticas y decepciones: es el vestigio de una época pasada, el observador a través de los años de la evolución del club, la voz autorizada y no siempre sensata para aconsejar en los asuntos de la institución. El carismático Clay Morrow (quizás el personaje que más evolución psicológica experimenta junto con Jax y Tara, interpretado por un inconmensurable Ron Perlman que se doctora en la quinta temporada) es presidente del SAMCRO, frío y calculador, muy contenido y bonachón en un primer momento hasta que, con el paso de los episodios, se tornará en hombre diabólico y desalmado, movido sólo por la codicia y el ansia de jefatura, siempre condicionado por su amor hacia Gemma; Clay es el eslabón clave en el negocio de las armas y un conocedor de todos los entresijos posibles para bregar con las bandas criminales de California. Gemma Teller, manipuladora y astuta, se convierte en una de las grandes bazas de la serie por méritos propios (Katey Sagal lo borda). Aunque no goza de mi atracción por los personajes antes descritos, posee una fuerza y una profundidad absolutamente incuestionables, y continuamente se erige en motor y epicentro de la historia.
Otros grandes secundarios son sin duda el siniestro mexicano Romeo (interpretado por un sorprendente Danni Trejo), el mafioso Jimmi O´Phelan, el irlandés MacGee, su compañera Maureen Ashby, el todopoderoso gángster Damon Pope o el incorruptible policía Hale (con el que los guionistas cometieron quizás el mayor error de toda la serie).



Desentrañar la tercera temporada, ambientada en su mayor parte en Irlanda, podría perfectamente ser motivo de una reseña, un artículo o incluso un estudio aparte. Yo tan sólo me limitaré a esbozar algunas pinceladas. En el ecuador de la serie, el guión presenta sus mayores conquistas, con un suspense sólo al alcance de los grandes maestros, sumado a unos personajes magistralmente escritos y entrelazados de manera precisa a una trama que, por lo demás, aparece como admirable mezcla de acción, intriga y tragedia sirviéndose de un complejo conflicto de intereses y sombras del pasado. Los Hijos se tendrán que trasladar a Irlanda y allí se verán atrapados por un torbellino de acontecimientos, entre los que descubrirán antiguos secretos y verán su propia supervivencia en el filo de una navaja. Su regreso a California estará coronado por un final absolutamente antológico, que hace de la tercera temporada la mejor de toda la serie. Dos personajes para el recuerdo: la agente Stahl, perversa y astuta hasta provocar la repulsa irracional del espectador, y el sacerdote Kellan Ashby, consejero del IRA, pastor del devoto rebaño católico de Belfast y patriota convencido, magníficamente interpretado por un James Cosmo misterioso, sobrio y maquiavélico, que hallará redención en el mayor de los sacrificios. Nadie se olvide del opening de esta tercera temporada, impregnado del toque gaélico con los ecos de la música irlandesa.



“Sons of Anarchy” quiere reflexionar, el última instancia, sobre dos cuestiones capitales excepcionalmente conjugadas en la serie: lo irreversible del destino y la dialéctica entre el bien y el mal. Hace años, unos jóvenes con ansias de libertad se embarcaron en la realización de un viejo sueño: una agrupación al margen del Estado, una institución anárquica (alejada del poder) que les respaldase y que conformase sus señas de identidad; una familia que les ofreciera protección mutua dentro de un país que les había enviado a una guerra estúpida y especialmente sangrienta. Estos hombres quisieron apartarse de los males y miserias que acechan a nuestra raza desde que se pierde la memoria. Pero todo se degrada. Los Sons cada vez más fueron demostrando cómo la corrupción, la ambición, la violencia y el ansia de poder son innatos al ser humano. El viejo sueño de John Teller y sus ocho camaradas fundadores pronto se hizo añicos, y éste terminó siendo destruido por la traición y la codicia.

Ahora, veinte años después, Jax observa cómo los derroteros de sangre, crueldad y peligros no hacen más que acechar a la gran familia que es el SAMCRO, cuya misma trayectoria le ha llevado a vivir al límite diariamente. Jax intentará abandonar la ilegalidad, volver a la concordia, que sus hijos no vean en un club de moteros a una banda de criminales y asesinos.



Pero Jax no hará más que repetir los pasos de su padre; verse continuamente arrastrado por la vorágine de acontecimientos, de ira, odio y negocios sucios que Clay Morrow pretende perpetuar. Ahí llegará el estallido, pues el joven Teller pasará por una evolución paultaina que se acentúa definitivamente en la quinta temporada, cuando veremos a un Jax convertido en presidente. Este cargo le hará ver las cosas de otra manera y a modificar su forma de actuar, pues la crueldad y el rencor le llevarán por caminos insospechadamente diabólicos, como se demuestra en su intento de anular a Wendy o en las numerosas venganzas y ejecuciones. Ese reverso oscuro tendrá su contrapunto en un Jax cada vez más líder, sabio y con gran sentido político, capaz de llevar la pesada carga que supone dirigir y proteger al club hasta el punto de mantener el delicado equilibrio entre las potencias que atenazan al SAMCRO: el cártel mexicano, el IRA, las amenazas internas, y el influyente Pope. Sin embargo, Jax ya habrá visto de primera mano cómo, por mucho que se empeñe, siempre estará atrapado en la propia dinámica autodestructiva de los Hijos de la Anarquía.
Pues, al fin y al cabo, esa es la gran enseñanza de esta serie: el hombre está predestinado a vivir y cometer los mismos errores que condenan a su raza. Tenemos una existencia ligada a sucumbir ante los males que acechan a toda sociedad humana. ¿Es posible escapar de esta condición? ¿Puede un hombre modificar la estructura de una agrupación (su tendencia y su degeneración) cuando es él mismo el que tropieza una y otra vez en los obstáculos que nos convierten en lobos? Ahí puede residir la grave complejidad de "Sons of Anarchy".