sábado, 19 de noviembre de 2011

El cineasta hechizado por la fantasía y la aventura.






Desde pequeño, siempre fui un gran admirador de los Tintines. Me leía y releía los cómics de forma casi obsesiva, y aún hoy lo sigo haciendo con la misma ilusión y el mismo gozo. Nada feliz podríamos decir de las adpataciones al cine que se han hecho anteriormente de los tebeos de Hergé, salvo la correcta y leal serie de animación que hizo las delicias de chavales.

Mejores cosas podríamos indicar sobre esta nueva y espectacular versión de Spielberg, que parecía el idóneo, como predestinado, a contarnos una historia del personaje Tintín. No erró al elegir la fastuosa tecnología del 3-D, que parecía adecuada para presentar, de una vez por todas, una buena versión de Tintín. Pero me temo que Spielberg ha caído en la detestable trampa que encierra esa nueva tecnología de las tres dimensiones, esto es, en dejarse llevar por la aparatosidad y el efectismo que ésta conlleva. Y así, Spielberg se aleja de la obra de Hergé, de su "espíritu" (como gustan en decir algunos) para verse arrastrado por un exceso de acción, de espectacularidad, de movimiento y de precipitación. Por cierto, los títulos de crédito iniciales son una verdadera maravilla, un alarde de inventiva y plasticidad.



Afortunadamente, Spielberg se mueve en este terreno como nadie, y a pesar de ese atracón de persecuciones, explosiones, tiros y peleas, sale airoso por un sencillo motivo: porque la labor de adaptar de la literatura al cine no ha de consistir necesariamente en ser fiel a la obra literaria, ni tampoco en "captar el espíritu" de tal novela, cuento, teatro o cómic.
Mejores resultados logrará el director si, escogida la obra literaria, la acerca a sus intereses, a sus obsesiones, a sus temas, a su mundo propio. Juan Marsé opinaba al respecto lo siguiente: "lo que más aprecio de una adaptación cinematográfica es lo mismo que puede hallarse en una película cualquiera con argumento original: su fuerza narrativa, su poder de encantamiento. La fidelidad o lealtad que el cine le debe a la novela es para mí un asunto secundario”.





Todos conocemos sobradamente cuál es el universo de Spielberg, al que no se le puede culpar precisamente por la carencia de tal. Nadie ignora su atracción por lo fantástico, por lo irreal; su fascinación por lo misterioso, por las ficciones increíbles; su imaginación entusiasta, a raudales, como la de un niño. Y, en gran parte, debe su éxito a la apuesta por esos universos personales, llenos de acción, entretenimiento y diversión.

Así, Spielberg tiene la valentía de adaptar, de forma libre y creativa, tres cómics en uno: "El secreto del unicornio", "El tesoro de Rackam el Rojo" y "El cangrejo de las pinzas de oro", lo cual enriquece el relato sin caer en confusión argumental (cosa difícil y, por ende, ecomiable). Un factor clave es el divertimento sin límites que el director se obsesiona por ofrecer: no recuerdo películas recientes en las que me haya reído tanto, con elementos vistos y sabidos en el cine del realizador pero que siguen provocando la carcajada (aprovechando la puesta en escena y añadiendo esta vez la torpeza de los hermanos Hernández y Fernández o las borracheras de Haddock); sin dejar, de paso, de homenajearse a sí mismo y su saga de Indiana Jones, a la que también hace un guiño John Williams con su siempre formidable música.



No duda Spielberg en desatender esa investigación laboriosa siempre presente en los cómics, ni titubea en despojarse del tono enigmático que nunca cesaba en Hergé; pero se conserva en el filme la alabanza del valor, la honestidad, la persistencia, la amistad y del sentido de justicia. Spielberg disfruta al transmitirnos la historia de forma endemoniadamente ágil y amena, articulando bien la trama; acierta de pleno en el retrato de Tintín y se equivoca en la figura de Haddock, un personaje irrepetible que en esta película se me antoja pueril, inconsistente, trivial, fallido.

En definitiva, una película que hace gala de algo tan sencillo y tan clásico como contar una historia, consagrando un sentido del ritmo narrativo y un amor por las peripecias difícil de superar. Porque ése es el elemento clave de esta adaptación, que toma un punto de partida afín al mundo de Spielberg y que él reelabora para divertirse y divertirnos a base del objetivo último que, al fin y al cabo, persiguen él y Hergé: el afán y el placer por las aventuras.

Francisco Castillo,
Noviembre de 2011.